28 de mayo de 2012

Encabronamiento general

Cerca de las 11 de la noche del domingo. El vecino del cuarto, ese que cada mañana despierta a sus hijos al grito de “¡vengaa gilipollas! ¿qué cojones estáis haciendo?”, llama cuidadosamente a mi puerta con los nudillos. Le invito a pasar para atenderle como  presidenta de Escalera que soy, pero –según se cierra la puerta a nuestras espaldas- me convierte en uno de sus retoños atemorizado por los alaraidos matinales del armario de 2 metros de largo por 1 de ancho. “Tú no puedes hacer eso” –CHILLA- “eres una cabezona” -insulta... y amenaza con llevarme a los tribunales por cometer la torpeza de buzonear un acta con membrete del administrador en la que modifico el párrafo con premio de 100.500 € para la empresa X e -imagino- su consecuente comisión. Lo invito a salir: "en esta casa los únicos gritos que se escuchan son los que tu das cada mañana, haz el favor de marcharte”. Tarda un rato, sigue gritando mientras espero con la puerta abierta e insisto: “te he dicho que salgas de mi casa”. Y, justo antes de que la adrenalina convierta en incendio mi cara, baja la cabeza y se va.

Duermo fatal.

Lunes, 11 y cuarto de la mañana. Paro el coche en un semáforo y aprovecho para contestar el último whatsapp. En el carril contrario obedecen al rojo dos motoristas de paisano. Ella -gorda, rubia, con coleta, gafas de sol y casco- me dice “no” con el dedo índice. Pongo cara de extrañeza. Abre su boca buzón y me CHILLA -“¿te lo digo por escrito?!” mientras se levanta el suéter para enseñarme unos fofos y blanquecinos michelines y un negro y duro pistolón. Estoy a punto de abrir la boca… pero comprendo rápido que lo inteligente es callar. El incendio arrasa mis mejillas cuando arranco y la impotencia se asoma a mis ojos en forma de hirvientes goterones con sabor a sal.

Me meto a Pilates. Oommmm

Lunes, mediodía. Un encanto de abogado al teléfono me tranquiliza sobre la amenaza de denuncia por falsedad documental del armario del cuarto. Me relajo con un café pero equivoco el pasatiempo. Abro Twitter y me pitan los oídos, como cuando terminó aquel atronador concierto. Me CHILLAN mil tuits:  “no va a haber rescate europeo”; “la alternativa a esto es quebrar”; #VaArepreguntarTuPutaMadre! Ya está. Ya soy como el resto... otra víctima del secuestro en espiral del encabronamiento generalizado.

Me voy al trabajo. No voy CHILLAR. A nadie. Yo no.
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3 de mayo de 2012

Sin palabra

Acudí bajo el puente con la intención de abrir la boca tan grande que el dolor de los huesos fuera de sitio desahogara un grito aún más fuerte. Me acerqué, con la sangre envenenada por el mordisco que un día me dio la profesión, a pedir que me devolvieran lo que yo sola gané con las horas y el corazón que otro me prestó. Llegué tarde adrede... con la esperanza de que mi voz no fuera la única.
Y no lo fue.
Allí estaba él. El demonio. El que robó lo mío y le quitó a otro mis horas y un trozo de corazón estaba detrás de mí… y ¡gritaba lo mismo que yo!
El asombró paralizó mi boca, no pude romper la mandíbula y la rabia se transformó en el hielo que me congeló la voz. ¿Cómo se puede ser tan hipócrita, Antonio? ¿Cómo tan diabólicamente indecente para sumar tu grito al de los enmudecidos por pusilánimes advenedizos como tú?
Sin palabra.
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