13 de diciembre de 2011

El sueño de otro

Llegó a la gasolinera con su bicicleta. No llevaba escafandra ni chichonera. Sólo unas bermudas y unas chanclas marcaban el paso del buzo. LLevaba una sonrisa que regaló al cielo después de constatar aquel azul tan intenso. La superficie vacía y el aire espeso. Le pidió al guardián del surtidor que le echase algo de combustible, un líquido que, como un batido de fresa, corría por una larga pajita que terminaba en el manillar de la bici. Tras el servicio, solo le separaba de la carretera una visita a la oficina para saldar la cuenta.

Al abrir la puerta encontró un bar de los años 60, con una máquina de música, olor a café recién hecho y una camarera con uniforme de azafata de una compañía aérea. No, no era de la PAN AM, ni de Air Europa, pero llevaba su gorrito caído como “el che”. Ella le vio. Él lo vio venir. Vino poco a poco hasta la barra. No pidió nada. Se miraron un rato… otro, uno más. Ella le marcó la puerta con un gesto mientras sujetaba un cigarro y un mechero en su mano. Él entendió perfectamente que quien le había robado la mirada en un instante le quería de acompañante hasta el final del pitillo.

Al salir no había nada salvo la inmensidad. Ella le puso la mano en el hombro y le marcó el horizonte. Al final de su dedo índice se abrió un desierto de grandes dunas. Las crestas se movían de un lado al otro en una coreografía interminable. El viento golpeaba sus caras y el sol les invitó a mirarse. Sus ojos se cruzaron mientras que el tiempo se detuvo. Solo hubo silencio. El cigarro se consumió sin catar los labios, hasta caer al suelo. Él pasó su mano por la cara de Loto, un nombre que no era inventado, estaba grabado en su uniforme. Con el tacto de sus dedos por su mejilla una sonrisa se fue dibujando poco a poco. Ella buscó con su mano la de él hasta encontrase. Acercaron sus cuerpos. Él sintió el nudo en el estómago. La aguja del amor se clavó en lo más profundo de sus entrañas. Los ojos de ella decían sentir ese rugido.

Del “más allá” surgió una voz infantil, una voz de una niña: “Papa, agua…papa, agua…” El buzo apretó los ojos para no perder ese momento irrepetible. Abrazó a Loto con todas sus fuerzas. Se negó a perder un sueño para una vida, un tren sin más paradas. En ese momento, mientras susurraba un "no me sueltes", sintió la fina boca de Loto junto a su oído… y unas palabras: “no dejaré que despiertes”.
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