28 de julio de 2011

Moscas de mantequilla

Y justo cuando pensaba que se habían secado los capullos...
...ellas los hicieron trizas y se pusieron como locas, quizás un poco histéricas, a sacudir las alas con las antenas apuntado al norte del Sur.

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19 de julio de 2011

Sueño XLII: Una invención sin fin

Una carretera vacía, desierta, sin curvas. Una línea recta sin final visible y un horizonte llano de los que dejan adivinar, sin necesidad de teorías, que la Tierra es redonda. En los flancos, vastos prados de trigo verde oscurecido por un cielo encapotado que esconde el sol. No hay nadie. No hay casas. Ni animales. No hay nada.

Descalza, con un vaporoso vestido de transparente gasa blanca, Loto camina siguiendo la línea discontinua rumbo a no sabe qué lugar. Lleva horas, quizás días. Sólo carretera, praderas y el horizonte curvado del planeta.

De repente, entre las rayas, una moneda rompe la monotonía de la marcha. Es oscura, como de plata sucia, parece muy pesada. La adormidera levanta un poco el bajo de la falda para agacharse a recogerla. Pero entonces, como en un simplón programa de cámara oculta, la moneda avanza, se desplaza un metro en la dirección de su caminar. Loto mira al frente; no hay nadie. Si estuviera sujeta por un hilo ¿quién podría tirar de ella? Observa a derecha e izquierda: sólo el oleaje verde del cereal mecido por el viento. Recoge otra vez la gasa del vestido, da dos pasos cortos hacia adelante y se vuelve a agachar. Alarga el brazo muy despacio, como para no asustarla, y, cuando sus dedos ya están a punto de rozar el metal, la vieja moneda hace un rasss al arrastrarse por el asfalto y avanza en línea recta un metro más. Nadie delante, nadie a los lados, nadie detrás. El juego no va terminar nunca –piensa- pero la moneda es la única novedad del camino y lo intenta por tercera vez: dos pasos, se escapa un metro. Y una cuarta. Los pasos se alargan, se transforman en carrera y se convierte en continua la huida de la inalcanzable plata vieja... a la que nunca llega…

…porque no tiene final. Y aunque podría inventarlo, igual que inventó el sueño, Loto prefiere que sea como la carretera: infinito, sin curvas y con un horizonte como los que dejan adivinar, sin necesidad de teorías, que la Tierra es redonda.

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